Pocas personas habrían predicho el día de Año Nuevo de 2020, que los titulares mundiales solo unas semanas después estarían monopolizados por una tragedia devastadora de una naturaleza completamente diferente. Un virus que ha penetrado en todos los rincones del mundo y ha cambiado nuestra existencia diaria de manera tan fundamental que algunos sostienen que la vida nunca volverá a ser la misma.

Fady M Jameel, presidente adjunto y vicepresidente, Abdul Latif Jameel

La forma en que el nuevo coronavirus SARS-Cov-2 (que causa la enfermedad respiratoria conocida como COVID-19) ha desestabilizado tan rápidamente la sociedad moderna y ha monopolizado los titulares de los medios de comunicación, también ha reabierto debates que llevaban tiempo gestándose sobre la humanidad y nuestra relación con el planeta y la naturaleza.

Cada vez es más difícil defender la posición de que, como algunos han asegurado, somos meros pasajeros en los ciclos rítmicos del planeta; más bien, la pandemia actual parece más una confirmación de que somos los catalizadores de muchos de los cambios medioambientales que estamos presenciando. De hecho, si el coronavirus nos enseña algo, es que prevenir la reaparición de este brote catastrófico requerirá una forma de pensar completamente nueva.

Ahora no es el momento de silenciar el problema actual del daño medioambiental, sino de ponerlo en el foco de atención, para aceptar que la civilización y la naturaleza comparten el mismo ecosistema complejo y delicado. Y finalmente aceptar que la nuestra es la generación destinada, más que ninguna otra, a definir el destino de nuestros hijos y de los hijos de nuestros hijos.

© “Statisticallycartoon” en Instagram

Momento equivocado para marginar el debate sobre el cambio climático

Glen Peters, director del Centro para la Investigación Internacional del Clima (Center for International Climate Research, CICERO) de Oslo, dijo en abril de 2020 que la lucha contra el coronavirus probablemente “pausaría” cualquier progreso realizado en la lucha contra el cambio climático.

“En los debates políticos de los próximos 6-12 meses, el clima probablemente no se mencionará”, dijo. “Se hablará sobre el coronavirus y la recuperación económica”. [1]

Es fácil explicar el porqué. Después de todo, unos meses después de que la mitad de la población mundial haya estado en condiciones de confinamiento, la Madre Naturaleza parece, superficialmente al menos, estar haciendo un trabajo bastante rápido para curar sus heridas.

Todos hemos oído las historias y visto las imágenes: canales cristalinos que fluyen por Venecia; días sin esmog desde Delhi a Pekín; peces y pájaros que reclaman vías fluviales y rutas de vuelo abandonadas durante mucho tiempo a la contaminación.

En el momento de escribir este artículo, el tráfico aéreo mundial se ha reducido en dos tercios desde los niveles anteriores a la crisis, las ventas de gasolina en EE. UU. han caído a casi la mitad[2] y se calcula que las emisiones de CO2 se reducirán este año en un 7,5 %.[3] Al otro lado del Atlántico, las emisiones diarias de la UE han disminuido en aproximadamente un 58 %.[4] Y en el Reino Unido, Londres está experimentando niveles de dióxido de nitrógeno un 36 % más bajos que el promedio de cinco años para la temporada.[5]

Reducción de emisiones en China. Fuente: © Reuters Graphics, basado en datos de la NASA.

 

Por lo tanto, debe ser mucho más simple de lo que esperábamos revertir nuestras décadas de fechorías ecológicas.

Todo lo que tenemos que hacer es, literalmente, quitar el pie del acelerador durante un corto periodo y ¡listo!: el planeta mágicamente recupera su equilibrio ambiental.

Salvo que, por supuesto, nada es tan sencillo como parece. Se calcula que poner nuestras vidas en espera, al estilo de la pandemia, le costará a la economía mundial hasta 8,8 billones de USD.[6] Casi ningún país ha escapado del desastre de la caída del PIB y el aumento de la deuda. Los balances y los resultados finales se verán golpeados, desde los presupuestos gubernamentales hasta las cuentas de ahorro individuales. Las personas están atrincheradas en sus casas, a menudo viviendo de la ayuda estatal. Se han limitado las libertades personales. En resumen, soñamos con un mundo posterior al virus porque queremos recuperar nuestras viejas vidas.

Y ahí radica uno de los problemas.

Una vida de miedo e inactividad no es mucho más apetecible que una vida basada en la industria emisora de contaminación. Y una vez que se establezca la “nueva normalidad”, puede que no tarde mucho en deshacer gran parte de esta brusca (y del todo accidental) curación ambiental.

El periódico Independent del Reino Unido señala que la caída de las emisiones de gases de efecto invernadero que se experimentó después de la crisis financiera mundial de 2008 fue de corta duración, repuntando un 5,1 % en la recuperación posterior.[7] Cita a la científica climática Corinne Le Quéré de la Universidad de East Anglia, quien sostiene que, puesto que la caída de la contaminación por el coronavirus no se debe a cambios estructurales, “en cuanto termine el confinamiento, cabe esperar que las emisiones vuelvan a ser cercanas a las que eran antes”.

¿E incluso si por algún milagro la contaminación se mantuviera en este nivel relativamente bajo? Bueno, aún no sería suficiente.

El Informe sobre la brecha de emisiones de 2019 de la ONU advierte que los gases de efecto invernadero deben caer un 7,6 % anualmente para limitar el calentamiento global futuro a 1,5 ⁰C.[8] Recientemente, a fines de marzo de 2020, el centro de investigación estadounidense The Breakthrough Institute pronosticó una disminución general de las emisiones de 2020 de solo 0,5-2,2 %, suponiendo que la segunda mitad del año logre algún tipo de repunte económico.[9]

Como sociedad, lo aconsejable sería dar respuestas a las amenazas víricas y al cambio climático con igual urgencia, ya que ambos parecen estar indisolublemente vinculados.

Abrir los ojos y la mente ante un castigo autoinfligido

Sin la influencia humana, los ecosistemas son sistemas diversos y autorregulados. La diversidad biogenética natural evita que los patógenos se afiancen y se propaguen rápidamente por poblaciones y especies. Pero al “simplificar” los ecosistemas naturales para favorecer los monocultivos, la humanidad ha reducido la biodiversidad a una tasa que la ONU describe como “sin precedentes”.[10] Al fomentar la uniformidad genética en los rebaños y manadas, hemos producido condiciones fértiles para que prosperen patógenos emergentes y portadores.

Johannes Vogel, director general del Instituto Leibniz para la Investigación de la Biodiversidad y la Evolución, señala que los patógenos “atraviesan los límites de las especies porque estamos explotando los recursos naturales sin respeto”. Cita el ejemplo de la pesca indiscriminada en las aguas costeras africanas, que obliga a las comunidades locales a depender de la carne de animales salvajes para su sustento, fomentando la transferencia de patógenos entre especies.[11]

Si escarbamos un poco más, la cosa se complica. Piense en cómo la deforestación para la agricultura y la madera reduce la zona neutral entre las personas y los animales, obligando a estos últimos a vivir más cerca de los asentamientos humanos.

De 1990 a 2016, el mundo perdió 1,3 millones de kilómetros cuadrados de bosque.[12]

Andrew Norton, director del Instituto Internacional para el Medio Ambiente y el Desarrollo (International Institute for Environment and Development, IIED), afirma que “el cambio en el uso de la tierra y la deforestación son los principales impulsores mundiales de la destrucción de la biodiversidad. Aumentan el riesgo de nuevas pandemias al poner a los humanos en contacto con nuevas amenazas como el coronavirus. Cada especie perdida es un suceso irreversible que disminuye la resiliencia de los sistemas naturales y humanos de forma permanente”.[13]

Y recuerde que los “mercados húmedos” identificados como el epicentro de la pandemia actual (mercados que comercializan animales salvajes, así como mascotas y animales de granja) existen solo para alimentar a las poblaciones humanas cuyos números, a nivel mundial, están comenzando a sobrecargar los recursos existentes.

Un futuro previsible

Al menos cuatro años antes de que el SARS-Cov-2 surgiera de la nada para cambiar el mundo, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) hizo sonar la alarma en su informe “Fronteras de 2016”, anotando que, de media, una nueva enfermedad infecciosa estaba emergiendo en los humanos cada cuatro meses.

El informe del PNUMA, profético en retrospectiva, exponía: “Nunca antes tantas personas han tenido tantos animales, y nunca antes han existido tantas oportunidades para que los patógenos pasen de los animales salvajes y domésticos a través del entorno biofísico para afectar a las personas, causando enfermedades zoonóticas o zoonosis”.[14]

Los expertos del informe reconocieron que alrededor del 75 % de todas las enfermedades infecciosas emergentes en humanos eran de origen zoonótico, incluidos el ébola, el MERS y el SARS, que tanto revuelo mediático provocaron.

Describieron “un aumento mundial de enfermedades zoonóticas emergentes, brotes de zoonosis epidémicas, así como un aumento de las zoonosis transmitidas por los alimentos a nivel mundial, y una persistencia preocupante de enfermedades zoonóticas desatendidas en los países pobres”.

Como el depredador alfa del planeta, como especie y como custodios de nuestro mundo, no reaccionamos a este mensaje… con consecuencias desastrosas.

La ilustración siguiente muestra cómo las enfermedades zoonóticas se “amplifican” a través de poblaciones de animales domésticos (y humanas) con portadores de vectores parasitarios, por ejemplo, pulgas, garrapatas, mosquitos, y cómo la homogeneización de las poblaciones de animales domésticos (especialmente el ganado) y la expansión de terrenos residenciales y agrícolas humanos en la naturaleza está permitiendo el paso de patógenos a humanos.

Tormenta perfecta de sobrepoblación, urbanización, movilidad

Esos mismos conocimientos son aleccionadores ya que, a pesar de las repetidas conversaciones sobre vacunas y tratamientos, la evidencia sugiere que los coronavirus podrían estar aquí para quedarse.

Con esta cruda posibilidad proyectando su sombra oscura sobre nosotros, los científicos llegan casi unánimemente a una conclusión: la COVID-19 no será la última pandemia mundial.

El PNUMA señala que los cambios en la temperatura, la humedad y la estacionalidad afectan directamente a la supervivencia de microbios en el medio ambiente, lo que sugiere que se producirán brotes de coronavirus y de parientes del coronavirus (impredeciblemente, además), a medida que el clima cambie.[15]

Los países en desarrollo deben estar especialmente atentos.

“El cambio climático rápido es un desafío para aquellos con menos recursos”, advierte el PNUMA, “haciéndolos más vulnerables y aumentando su riesgo de daño por la propagación de una enfermedad zoonótica”.

El aumento de la urbanización impulsa la demanda de los consumidores de productos cárnicos cerca de las ciudades. Esto ha provocado más cría de ganado alrededor de los centros de población, aumentando la exposición potencial a los patógenos.

El transporte es otro factor clave del cambio climático (las aerolíneas aumentaron las emisiones de CO2 en un 32 % entre 2013 y 2018[16]), porque aumenta la dispersión geográfica de las enfermedades una vez que emergen. Todos los días, millones de personas viajan entre diferentes países en cuestión de horas, lo que contribuye a que la pandemia se convierta en un “éxito” mundial arrollador, infectando a “casi todos los países del mundo en los tres meses posteriores al primer caso notificado”.[17]

Al crear un mundo a nuestra medida, sin saberlo nos hemos puesto a merced de un enemigo microscópico: el virus.

Por qué debemos tener esperanza, pero también cuidado

La consultora de gestión mundial McKinsey & Company cree que la resiliencia ambiental debería ser fundamental para cualquier plan de recuperación.[18] De hecho, a la pregunta de si el mundo puede permitirse ahora prestar atención al cambio climático, McKinsey simplemente concluye que nosotros no podemos permitirnos hacer lo contrario.

En su artículo de abril de 2020 Addressing climate change in a post-pandemic world, McKinsey señala: “La pandemia actual nos proporciona quizás un anticipo de lo que podría implicar una crisis climática en toda regla en términos de choques exógenos simultáneos a la oferta y la demanda, interrupción de las cadenas de suministro y mecanismos mundiales de transmisión y amplificación”.

“Resolver” las pandemias, como “resolver” el cambio climático, exige un cambio de actitud profundo; es por lo que abogo firmemente.

Debemos abandonar los sistemas a corto plazo en favor de la resiliencia a largo plazo. Eso se aplica a los equipos sanitarios, a los servicios de infraestructura, a las cadenas de suministro, a las aglomeraciones urbanas.

Propugnando una verdadera coordinación y cooperación mundiales, McKinsey nos recuerda que “en el cambio climático, como en las pandemias, los costes de una crisis mundial excederán enormemente los de su prevención”.

Las mismas cuatro estrategias que pueden contrarrestar los riesgos ambientales también nos ayudarán a reforzarnos contra futuras pandemias:

  • acortar y localizar las cadenas de suministro
  • sustituir las proteínas animales por proteínas vegetales
  • optimizar el consumo
  • reducir la contaminación

¿Cómo gestionar estos cambios mientras se evita la crisis económica? Ahí es donde observamos la convergencia final entre pandemias y medio ambiente. Las estrategias para combatir el coronavirus y el cambio climático existen en estrecha armonía y desencadenan un ciclo de retroacción positiva: salvar empleos antiguos, crear empleos en los sectores incipientes, impulsar la formación de capital y aumentar la resiliencia económica.

Piensa en la caída de la demanda de transporte a nivel nacional e internacional. Piense en las cadenas de suministro recién localizadas. Piense en el hecho de que la economía ecológica podría crear 24 millones de nuevos empleos en todo el mundo para 2030.[19] Estas alteraciones fomentarán lo que McKinsey llama “grandes incentivos para el cambio acelerado”.[20]

Aun así, hay una necesidad de vigilancia en varios frentes.

La caída de los precios del petróleo a raíz de la recesión del coronavirus podría aumentar el uso de combustibles fósiles cuando las ruedas de la industria giren de nuevo. Si se obliga a elegir entre el clima y las prioridades económicas, las personas (y los gobiernos) pobres podrían tener dificultades para inclinarse por lo primero. Los inversores que se preocupan por fortunas reducidas podrían posponer los fondos para los más atrevidos proyectos bajos en carbono. En otro escenario, podría surgir una mentalidad de “cada país por sí mismo” a medida que las naciones emerjan castigadas y maltratadas por el asalto de la pandemia.

No se trata de qué puede hacerse, sino de qué debe hacerse

El secretario general de la ONU Antonio Guterres aprovechó la ocasión del Día de la Tierra el 22 de abril para recordarnos que, a pesar de la tragedia de la pandemia, el mundo no debe olvidar la “más profunda emergencia ambiental” a la que se enfrenta el planeta.

“La biodiversidad está en fuerte declive. La alteración climática se acerca a un punto de no retorno. Debemos actuar con decisión para proteger nuestro planeta tanto del coronavirus como de la amenaza existencial de la alteración del clima”, dijo, advirtiendo de que “los riesgos climáticos deberán tenerse en cuenta en el sistema financiero y ser el centro de todas las políticas públicas”.

Del mismo modo, Andrew Norton del IIED afirma que “por muy difícil que sea para los gobiernos centrarse en varios desafíos, lo peor que podría suceder es dejar de lado las medidas para el clima y la biodiversidad mientras se lidia con la pandemia”.[21]

Por lo tanto, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático de 2020 en Glasgow puede haberse pospuesto debido al coronavirus, pero los 50 billones de USD[22] requeridos según algunas estimaciones para detener el calentamiento global para 2050 son una deuda que seguirá haciendo ruido y esperando ser pagada.

La directora ejecutiva del PNUMA, Inger Andersen, ha calificado el 2020 como “un año en el que tendremos que remodelar fundamentalmente nuestra relación con la naturaleza”.[23] Con una población que crece inexorablemente hacia los 10 mil millones, esto significa revaluar la correlación entre la salud humana y ambiental, un esfuerzo que implicará a todos los sectores, disciplinas y estados nacionales. Debe considerarse un esfuerzo global para comprender el potencial de brotes y, por lo tanto, minimizar los riesgos para las personas y la naturaleza.

En este contexto, el PNUMA está lanzando la Década de las Naciones Unidas para la Restauración de los Ecosistemas de 2021-2030, centrándose en la pérdida y restauración de hábitats tradicionales. El PNUMA también está trabajando con gobiernos de todo el mundo en un Marco mundial para la biodiversidad posterior a 2020 para visibilizar cuestiones como la zoonosis en las mentes de quienes toman las decisiones.

Los problemas de pandemias y el cambio climático no son mutuamente excluyentes. Más bien, se refuerzan mutuamente, tanto en estrategias como en resultados deseados. Es posible que nunca podamos declarar la victoria final sobre las pandemias, pero al hacernos cargo del cambio climático ahora podemos limitar en gran medida su alcance de daños. Solo imaginando el futuro podremos evitar que la crisis actual sea simplemente la primera de un ciclo interminable de pandemias paralizantes.

La perspectiva global nos ayuda a liderar en primera línea

En Abdul Latif Jameel, hace tiempo que reconocemos la importancia de abordar el desafío climático. La tragedia de la crisis actual solo sirve para revitalizar nuestro compromiso de crear un mundo más limpio y enfrentar el problema actual de salud pública.

Muchos serán conscientes de nuestro compromiso con la energía limpia y la vida sostenible. Incidiendo en la responsabilidad medioambiental y social, estamos priorizando la energía limpia junto con un menor consumo de recursos finitos en todo el mundo.

En los aproximadamente 18 países donde Abdul Latif Jameel Energy está ahora activo, tenemos grandes inversiones en energía solar, energía eólica, soluciones de tratamiento de agua y servicios medioambientales. Nuestra cartera de energía proyecta unos 5 GW de energía en nuestros múltiples centros, compensando una gran parte de los efectos dañinos de los combustibles fósiles año tras año.

Además de ayudar a combatir el cambio climático, también estamos profundamente comprometidos con el avance de conocimientos e investigación sobre enfermedades y salud humana.

En 2019, Community Jameel se asoció con el Imperial College London para establecer el J-IDEA, el Instituto de Investigación de Enfermedades y Emergencias Abdul Latif Jameel (o el Instituto Jameel para abreviar). Es un centro de investigación de respuesta rápida para predecir y prevenir crisis de salud globales.

Ahora, más oportuno que nunca, el J-IDEA está demostrando ser un centro para los principales científicos de datos, epidemiólogos, bioestadísticos y trabajadores humanitarios. El equipo utiliza análisis y modelos para explorar las causas de las crisis sanitarias y humanitarias mundiales, así como para encontrar nuevas soluciones radicales para gobiernos, instituciones y comunidades.

El primer director del J-IDEA es el profesor Neil Ferguson, reconocido por formular la propagación de patógenos como el MERS, la gripe pandémica, el ébola, el zika y el SARS. El J-IDEA complementa el trabajo de la otra colaboración global de salud de Community Jameel, la Clínica para el Aprendizaje Automático en la Salud Abdul Latif Jameel, o J-Clinic, iniciada en asociación con el MIT. J-Clinic se centra en cómo la IA puede prevenir, detectar y tratar afecciones debilitantes como el cáncer, la sepsis, la demencia y otros trastornos neurológicos.

Está claro que el mundo hasta ahora no ha logrado prepararse lo suficiente para la propagación de enfermedades infecciosas. Con demasiada frecuencia nos hemos mantenido al margen y hemos dejado que los más vulnerables paguen el precio final, pero ahora la vida, o al menos el sustento de todos nosotros, está en riesgo.

Nuestra resolución es aún mayor porque el coronavirus ha refutado definitivamente el mito de que las naciones son incapaces de adaptarse a las necesidades cambiantes del mundo: demasiado lentas para actuar, demasiado difíciles para cambiar de rumbo.

“En medio de esta crisis, se hace evidente cuán irresponsable es simplemente aceptar el rápido deterioro del estado de la biodiversidad y del clima de nuestro planeta”, dice Johannes Vogel, director general del Instituto Leibniz para la Investigación de la Biodiversidad y la Evolución.[24] Y estoy totalmente de acuerdo.

Esta pandemia ha demostrado que cuando el peligro es inminente, es posible una acción rápida y coherente. Combatir el cambio climático y aplicar medidas contra el comercio ilegal de especies salvajes es tan posible como utilizar los recursos naturales en beneficio de todas las personas. Ya tenemos la tecnología; lo que falta es la voluntad de actuar de manera colectiva.

Ahora que por fin tenemos esa voluntad, juntos debemos encontrar un camino.

[1] https://www.ft.com/content/052923d2-78c2-11ea-af44-daa3def9ae03

[2] https://www.ft.com/content/052923d2-78c2-11ea-af44-daa3def9ae03

[3] https://www.eia.gov/outlooks/steo/

[4] https://www.ft.com/content/052923d2-78c2-11ea-af44-daa3def9ae03

[5] https://www.york.ac.uk/news-and-events/news/2020/research/pollutionlevelsinukcitiesdropsascoronavirusimpactsondailylifenewdatareveals/

[6] Updated Assessment of the Potential Economic Impact of COVID-19, Banco Asiático de Desarrollo, 15 de mayo de 2020

[7] https://www.independent.co.uk/environment/coronavirus-air-pollution-carbon-dioxide-impact-environment-climate-crisis-a9446031.html

[8] https://www.unenvironment.org/interactive/emissions-gap-report/2019/

[9] https://thebreakthrough.org/issues/energy/covid-emissions

[10] https://www.unenvironment.org/news-and-stories/story/coronaviruses-are-they-here-stay

[11] ‘Coronavirus has exposed our arrogant relationship with nature’, Johannes Vogel, Financial Times, 9 de abril de 2020

[12] https://www.nationalgeographic.com/environment/global-warming/deforestation/

[13] https://www.iied.org/covid-19-crisis-shows-governments-can-also-act-save-nature-climate

[14] https://environmentlive.unep.org/media/docs/assessments/UNEP_Frontiers_2016_report_emerging_issues_of_environmental_concern.pdf

[15] https://www.unenvironment.org/news-and-stories/story/coronaviruses-are-they-here-stay

[16] https://theicct.org/sites/default/files/publications/ICCT_CO2-commercl-aviation-2018_20190918.pdf

[17] https://www.unenvironment.org/news-and-stories/story/coronaviruses-are-they-here-stay

[18] https://www.mckinsey.com/business-functions/sustainability/our-insights/addressing-climate-change-in-a-post-pandemic-world

[19] https://www.un.org/sustainabledevelopment/blog/2019/04/green-economy-could-create-24-million-new-jobs/

[20] https://www.mckinsey.com/business-functions/sustainability/our-insights/addressing-climate-change-in-a-post-pandemic-world

[21] https://www.iied.org/coming-through-pandemic-right-way

[22] https://www.morganstanley.com/ideas/investing-in-decarbonization

[23] https://www.unenvironment.org/news-and-stories/story/coronaviruses-are-they-here-stay

[24] ‘Coronavirus has exposed our arrogant relationship with nature’, Johannes Vogel, Financial Times, 9 de abril de 2020

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